[Publicado originalmente en El Mostrador el 28 de septiembre de 2019]
La ratificación en el año 2017 de Chile de la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores es un gran avance, y logra posicionar el tema de los derechos en la vejez más allá de una sola declaración de intenciones.
En el año 1990 la Asamblea General de las Naciones Unidas designa el 1° de octubre como el Día Internacional de las Personas de Edad. A casi 30 años de ese hito, la ONU propone para el 2019 la temática “Viaje hacia la igualdad de edad”. Este viaje hacia la igualdad ocurre en un determinado paisaje, donde el foco está puesto en dos pilares: los derechos y las desigualdades.
La ratificación en el año 2017 de Chile de la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores es un gran avance, y logra posicionar el tema de los derechos en la vejez más allá de una sola declaración de intenciones.
La Convención importa también, pues no sólo establece un marco normativo, sino que éste lleva implícito los mecanismos de vigilancia y promoción de su implementación, y de las políticas de los estados y organismos nacionales, regionales e internacionales. Vale decir, se deben visualizar las prácticas y políticas en una lógica de derechos humanos. De lo contrario, las personas mayores seguirán siendo significadas como sujetos pasivos y no como sujetos de derecho. Seguirán siendo vistos como frágiles y meros receptores pasivos de beneficios y asistencia, sin ninguna capacidad o derecho que ejercer.
El compromiso y responsabilidad que asumen los gobiernos, y la sociedad en general, con asegurar el ejercicio plano de derechos de las personas de edad se torna vinculante con la Convención. Todo ejercicio de derechos conlleva deberes. Ya en el año 1982, el Primer Plan de Acción Internacional de Viena sobre el Envejecimiento –que también suscribe Chile- identificaba este doble estatuto de ciudadanía en las personas mayores a través de su objetivo general: “iniciar un programa internacional de acción encaminado a garantizar la seguridad económica y social [derechos] de las personas de edad, así como oportunidades para que esas personas contribuyeran al desarrollo [deberes] de sus países”.
Lo importante de destacar hoy es que las personas mayores no han dejado de asumir y responder a esos deberes con su familia, trabajo, comunidad y con otras personas mayores. Ejemplos claros de ello son las tareas de cuidado que muchas abuelas y mujeres mayores siguen realizando en el ámbito de lo doméstico; las bajas tasas de absentismo laboral de los trabajadores mayores; la activa participación social y a nivel local que asumen muchos hombres y mujeres mayores. A pesar de esto, la productividad social de las personas mayores en nuestra sociedad es invisible.
Desde este punto de vista las personas de edad no solo son personas que han aportado socialmente a lo largo de sus vidas, sino que lo continúan haciendo durante la vejez. Por lo que el ejercicio de derechos y la responsabilidad del Estado con sus ciudadanos y ciudadanas debería ser una realidad a los largo de toda la vida.
La pregunta que cabe hacernos es ¿cómo se hace frente a las desigualdades que afrontan hoy las personas en la vejez y cómo prevenir las formas de exclusión que surgirán en el futuro?
La respuesta más directa podría ser abordando la raíz de las desigualdades en la vejez, vale decir, aquellas condiciones estructurales de desigualdad que se acumulan a lo largo de la vida y que se agudizan en la vejez. Las Naciones Unidas propone:
“Sensibilizar sobre las desigualdades durante la vejez e incidir en cómo estas reflejan la suma de desventajas a lo largo de la vida, resaltando el riesgo intergeneracional de un incremento de la desigualdad durante la vejez. Concienciar sobre la urgencia de hacer frente tanto a las desigualdades a las que se enfrentan actualmente las personas mayores, como en la necesidad de trabajar para prevenir las que surgirán en el futuro. Explorar los cambios sociales y estructurales en el marco de las políticas del curso de la vida, tales como el aprendizaje permanente, medidas laborales proactivas y adaptativas, protección social y cobertura sanitaria universal. Reflexionar sobre las prácticas, lecciones aprendidas y el progreso alcanzado en la eliminación de las desigualdades a las que hace frente las personas de edad avanzada, así como evaluar los esfuerzos encaminados a alterar las narrativas negativas y los estereotipos que afectan a la vejez”.
Sin embargo, en el paisaje actual de la vida cotidiana de hombres y mujeres mayores, no basta con sensibilizar, concienciar, explorar o reflexionar, se requiere pasar a la acción. Y en las últimas semanas lo hemos visto. Hemos visto la acción de las personas mayores organizadas al interpelar a las autoridades sobre el pago de contribuciones o el poder disponer de sus ahorros previsionales. Esta ha sido una acción que ha tenido resonancia en la opinión pública y los medios, pero también en los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial.
La participación ciudadana de las personas de edad comienza cuando alzan la voz para que se les garantice esa seguridad económica y social, de tal forma que la edad deje de ser sólo un aspecto natural y normal de la vida, sino que se reconozca como un elemento de estratificación social que genera desigualdad. Ese es el paisaje que puede asegurar el Viaje hacia la igualdad de edad.
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